sábado, 21 de marzo de 2015

Adán y Ave



Adán y Ave. 

Ave, un espíritu volador. Un alma solitaria que no puede permanecer enjaulada. Un alma libre que no pertenece a nadie. 

Ave carga su maldición: La culpa. 

Sabe que allá por donde pasa, se vuelve tentación. 

Sabe que allá por donde pasan sus largos cabellos castaños, siempre habrá alguien que se gire para observar cómo su pelo forma susurros de poesía con el viento. 

Sabe que allá por donde su cuerpo pase, se tornará deseo por el de algún hombre, que caerá irremediablemente en sus brazos.

Ave es el mordisco del pecado. 

La manzana siempre le acompaña, como una cadena que le recuerda que no tiene escapatoria. Ave, el espíritu volador, está preso de su propia belleza. La belleza que muestra esa roja y apetecible manzana. Esa belleza que muestra su perfecto cuerpo.

Frente a él se encuentra Adán.

Ave no quiere mirarlo. Siente lástima por su alma. 

Todos los que caen en las redes de Ave son rechazados de la sociedad posteriormente. 

Ave sería rechazado si no fuese porque no hay nadie capaz de vencer el magnetismo de éste. 

Adán sólo siente ganas de morder la manzana. 

Se avergüenza. Sabe lo que significará para los demás su acto. 

Será su destierro.

Pero no puede evitar seguir mirando el bello cuerpo de Ave. 

Éste parece iluminado por un haz blanquecino casi divino.

Adán se apresura a ocultar su sexo. 

Se avergüenza de su erección. 

Pero no puede evitar seguir mirando el bello cuerpo de Ave. 

Éste agacha la cabeza. 

Sabe lo que va a ocurrir. Sabe que Adán sufrirá tras caer en sus brazos. 

Sabe que Adán lo deseará y suplicará que no le abandone.

Y sabe que no podrá echar la mirada atrás, porque él es libre como el viento.

Y eso no impide que Ave se acerque a Adán, hasta casi rozar sus pieles.

Adán se siente perdido, ya no tiene dominio de su voluntad.

Sabe lo que va a pasar ahora, y su piel se eriza. 

Sabe que después de esto, estará destinado a las sombras y a la soledad. 

Pero no puede seguir mirando el bello cuerpo de Ave. 

Éste acerca la manzana a los labios de Adán.

Por primera vez, mira profundamente los ojos de Adán. 

Éste se estremece y una corriente eléctrica invade su cuerpo.

Adán aparta la mano de su sexo para agarrar con sus dos manos la manzana de Ave.

Se sabe vencido y no puede esconder más cómo reacciona su cuerpo ante el joven de los cabellos castaños. 

Ave mira con dulzura a Adán y asiente. 

Le invita a morder su manzana. 

Le invita a caer en la tentación. 

Adán aproxima su cuerpo al de Ave, rozando sus pieles, rozando sus sexos.

Un latigazo de culpabilidad recorre la columna de ambos. 

Y en ese momento Adán muerde.

A partir de ese momento se confunden realidades y deseos. 

Adán siente la felicidad más plena entre los brazos de Ave.

No existe un mundo que le juzgue en ese instante.

No existe mal suficiente que pueda arrebatar toda la luz que la vida le ha arrojado.

Adán se retuerce junto a Ave y ambos parecen volar por fin juntos.

Pero nada es eterno.

Y al finalizar, Ave, arranca una manzana nueva del árbol, besa cálidamente en los labios a Adán y comienza a alejarse. 

Adán llora y suplica que no le deje.

Hoy que ha conocido por fin la luz de su vida. 

Pero Ave no puede girarse.

Le ha condenado a su destierro.

Ya puede oír los primeros gritos de un tumulto acercándose a Adán. 

Y Ave llora mientras apresura el paso, para no escuchar más brutalidad.

Ave llora su culpa.

Ave llora su falta de valentía.

Pues mientras se aleja, con todavía el olor de Adán entre sus brazos, cierra los ojos y se imagina escapando con él. 

Aspira fuertemente el aroma de su compañero.

Y se da cuenta de que podrían ser felices. 

Se da cuenta de que le gustaría ser feliz a su lado.

Pero no puede hacerlo.

Si Ave pierde su libertad podría significar su final.

Tal vez significase perder ese haz de luz. 

Tal vez significase perder el magnetismo entre los demás hombres. 

Tal vez significase, entonces, que podrían desterrarlo a él también.

Y entonces, vuelve a sentir ese enorme peso de la culpa.

Ave, un espíritu volador. Un alma solitaria que no puede permanecer enjaulada. Un alma libre que no pertenece a nadie. 


Ave, aspira por última vez el aroma de Adán y sigue caminando, en busca del próximo “Adán” que muerda su manzana.

3 comentarios:

  1. Muy bien David... Pero para la próxima ponles una hoja de parra o algo, que se te van a enfriar

    ResponderEliminar
  2. Deciaaaa puto blogger... no eso no... que como veo que te Molan los sugus vengo a saludar... otro ratico prometo leerte mas tranquila... jajja

    ResponderEliminar
  3. Jajaja.. Vale! Un besico!!

    Y Ángel, con parra la ilustración pierde el sentido de lo que quiero comunicar!! :)

    ResponderEliminar